domingo, 24 de marzo de 2019

Consonancia y resonancia

La primera cita que tuve con el oncólogo (Primeros días de marzo), me la dieron como una extraordinaria, y me dijeron que vaya a las 9am. Veía cómo iban pasando todos y tenía que esperar a que me asignen un turno; y me di cuenta que con cada paciente se demoraba como media hora o más. 

Ya por las cuatro de la tarde… quedamos una mujer y yo, ella sería la última. En un momento me paré para estirar la pierna, yo estaba en un pasillo y ella en la sala de espera; pasé por su lado, justo llegó una señora embarazada (Sería atendida al final), miré a la mujer y le dije, “somos los últimos en todo el hospital”. 

Ella me contó que tenía un tiempo atendiéndose con este doctor, que es muy pero muy bueno, pero que se demora mucho con cada paciente explicando todo a detalle, lo cual finalmente es bueno. Me contó también que siempre que tiene cita va preparada para pasar muchas horas, pues alguna vez ha salido de ahí 8 de la tarde. ¡Madre mía! (¡CSM! Para mis peruchos jaja)

Le pregunté si estaba en tratamiento o eran controles. Me explicó su situación. Luego me preguntó la mía. Le conté que tenía un hallazgo y que iba a empezar tratamiento, pero que vengo de una larga historia con el cangrejo, desde Perú, y que ya estaba bien curtido. Seguimos conversando y tuve el impulso de darle mi tarjeta, en la cual tengo una foto escalando paredes (Palestra). Le conté que lo había hecho por diversión, que siempre lo tuve en mente y que luego de la operación de la pierna, lo hice, para no dejar cosas “para después”, pues no se sabe si es que habrá ese “después”. Le conté además que el cáncer había cambiado mi vida y que me ayudó a encontrar mi propósito en la vida, que estaba haciendo en Madrid conferencias de motivación, que había publicado dos libros y muchas cosas más. 

Se le cayeron unas lágrimas. Me desencajó, no lo esperaba, aunque me haya pasado antes (https://kikin-rispa.blogspot.com/2018/08/el-efecto-kikin-toma-1.html). Puse mi mano sobre su hombro para tratar de confortarla, y se le salieron algunas más. Le hice una caricia en la mejilla de manera impulsiva, sin pensar que podía ser muy invasivo para alguien que has conocido hace quince minutos, pero la situación era muy particular. Se puso de pie para tratar de despejarse y le pregunté si podía darle un abrazo (Más invasivo aún). Dijo que sí. Se lo di. Y fue uno de esos abrazos que nunca olvidas en la vida pues fue de corazón a corazón (https://kikin-rispa.blogspot.com/2018/09/el-efecto-kikin-toma-2.html)

Se calmó y seguimos conversando. Me contó algunos otros detalles de su vida y comprendí por qué estaba tan sensible. Al poco rato salió la enfermera y me llamó. Nos dimos otro abrazo y entré a la sala. Al salir, me preguntó que me había dicho el doc, se lo comenté rápidamente y nos volvimos a despedir. 

Salí del hospital, cansado por haber estado todo el día ahí. Camine unos 100 metros y me detuve. Tenía que volver. Tenía que esperarla para saber que le decían. Sentí que me podía necesitar, tanto como yo a ella. 

Esperé poco más de media hora. Me vio y se sorprendió que estuviera ahí, más cuando le dije que me quedé a esperarla. Fuimos a sacar las citas que nos habían enviado y me invitó a tomar un café. 

Conversamos un par de horas. Todo fluyo muy lindo, como si nos conociéramos de tiempo. Conversamos de la vida, del amor, del trabajo, de todo. Todo lo que nos contábamos iba acompañado de un “te entiendo”. Porque así era, yo la entendía, ella me entendía a mí. 

Me sentí en consonancia con ella, y más aún, en resonancia. Sentí que estábamos en un nivel de comprensión de vida muy parecido, y mis vibraciones armonizaban con las de ella. Sentí que lo que yo decía tenía eco en ella, y viceversa, resonando en nuestros corazones mutuamente. 

Tuvo la gentileza de llevarme a la casa de una amiga, la cual me estaba esperando más de una hora. Me dejó prácticamente en la puerta. Se me acabó la batería del celular y le pedí que me escriba, además porque la había invitado a mi conferencia del 7 de marzo. Nos dimos otro abrazo de corazón, y me quedé con una gran emoción en el pecho. 

Hasta el día de hoy no sé nada de ella. Qué triste, ¿verdad? Pero no por lo que imaginan, no porque me gustara mucho o porque me haya enamorado de ella. Ese encuentro no fue casual, los dos estuvimos de acuerdo, nos necesitábamos el uno al otro ahí, en el hospital, en ese café. Ese encuentro fue espiritual, de dos personas que han sido duramente golpeadas por la vida y que necesitan encontrar de vez en cuando un reflejo en el mundo para no sentirse solos, para sentirse importantes para algo, para sentirse amados.

No sé si vuelva a tener noticias suyas o es que esta historia llegó a su fin. Será lo que la vida quiera. Ese encuentro dejó una hermosa huella en mi corazón y no dudo que también para ella. Tal vez deba quedar así, tal vez me la cruce de nuevo en el hospital, tal vez lea esto en mi blog. No lo sé. Lo que sé es que momentos así no los tiene cualquiera, y solo le pasa a personas como yo que nos conectamos con la vida, con otras personas, con el amor. 


¡He dicho! 


Cuando me necesites.- Ahí estaré.


Kikín Rispa
kikerispa2003@yahoo.es
(24 de marzo del 2019)

3 comentarios:

  1. Abrazo fuerte Kikin! Hermosa historia!

    ResponderEliminar
  2. Jolines Kikin que emoción al leer tu relato. Ojalá la encuentres algún día !!!.

    ResponderEliminar
  3. Me encantó tu historia Kike!! Te dejo mis buenos deseos. Qué Dios te bendiga.

    ResponderEliminar

Siempre es buen recibir comentarios... ayudan a seguir mejorando y a continuar escribiendo. ¡GRACIAS!